Las formaciones no nos transforman realmente porque no llegamos a incorporarlas.
Incluir al cuerpo en los procesos de formación implica hacer del cotidiano vivir nuestro mapa, nuestra brújula, nuestro camino y el horizonte hacia el que caminar. Implica la ejercitación continua, es decir, determinados ejercicios específicos y, sobre todo, la integración del ejercitarse en la vida sencilla y sagrada de cada día.